Más o menos por julio o agosto de 2021, en un encuentro con parte de la familia de San Juan, uno de los primos nos contó que había hecho la promesa de ir caminando a la Difunta Correa, e instantáneamente, Juan y yo dijimos que iríamos con él. Se trata de un recorrido de aproximadamente 37 Km. que va desde Caucete hasta el santuario ubicado en Vallecito, un recorrido paralelo a la ruta, caminando por lo que se llama «la senda del peregrino», y pasando por una hermosa y al mismo tiempo intensa «Cuesta de las vacas».
Seríamos tres: Juan, José y yo, quienes en octubre emprenderíamos nuestro andar por esa senda… y así fue.
Pero… (me encantan los pero que hacen lindas las historias) el viaje no hubiese sido igual sin toda la previa en La Plata: entrenamiento en intensidad y trayectos recorridos de las caminatas: pasamos de las caminatas de 8 km, a tener distancias cada vez mayores: 12, 18, 21, 24, 27, 31 km… por lo general eran los sábados los días de salida, llevando fruta, líquido y más peso en la mochila.
Esto era en relación al esfuerzo físico, pero yo quería llevar un propósito espiritual, energético, de conexión con todo lo que allí se viva, y comencé a repetirme a mí misma «Ser una con el camino»… idea que me acompañó los últimos sábados de «entrenamiento».
El día del encuentro, el día de la caminata, ya estaba fijado: sería el 8 de octubre, a las 6:00 am, saliendo de una estación de servicio que se encuentra en «la punta de la diagonal» de Caucete… sería de noche todavía, y eso nos permitió ver como amanecía en el camino.
Pocos días antes de este viaje, en un grupo de WhatsApp en el que me encuentro, nos proponen una consigna para compartir: «Ñañay (hermana) tenemos un vínculo, te cuido y te protejo, me cuidas y me proteges» y esto también lo llevé al camino, ya dándole forma a ese deseo de sentirme «una» con él, sentirme en unidad con todo ese trayecto: Generaría un vínculo con el camino, al verlo, sentirlo, tendría una identidad, sería un compañero, y juntos nos cuidaríamos, nos protegeríamos, e iríamos en conversación (casi) permanente. Y no terminó ahí, porque al comenzar a caminar me pregunté «¿Qué me dice el camino, qué me enseña?

Y así comenzamos a caminar, por la banquina hasta el inicio de la Senda (unos 15 minutos) y luego por la Senda del Peregrino.
Me presenté al camino y le ofrecí mi intención: cuidarlo y protegerlo, ser una con él, oírlo, sentirlo… Invoqué al Gran Espíritu, también a la Madre María, y comencé mi diálogo interno con el espíritu de la Sierra de Pie de Palo, guardiana del lugar, con las plantas, con las aves, con la tierra gris y con los médanos que cada tanto aparecían.

Comenzamos muy entusiasmados, entre risas, anécdotas, recuerdos familiares, conversaciones más profundas, compartires que en otras circunstancias tal vez no se dan, y también silencios… hermosos silencios…
José, quien estaba cumpliendo su promesa, no había tenido un tiempo de preparación para estos 37 km… y cuando comenzamos a subir la Cuesta de las Vacas, sus piernas comenzaron a hacerse sentir… La altura y el calor Sanjuanino no pasaban desapercibidos tampoco… y es ahí donde el camino comienza a protegernos, y nosotros nos protegemos entre nosotros, y nace un vínculo que va más allá del sanguíneo: surge la hermandad…

Pasaban las horas… al principio el ritmo que llevábamos era de unos 10 minutos por kilómetro… luego comenzó a aumentar… 11… 12… 13 y más… algunas paradas necesarias también, y entre algunas melodías que se me pasaban por la cabeza, el corazón y la voz… también había silencios cada vez más prolongados, silencios y miradas atentas, cuidados…
Casi llegando al «arco» de entrada a la Difunta Correa José nos abrazó… lo estábamos logrando, estábamos llegando a la meta, y el camino habló. Supe ahí la respuesta: El camino que para mí era de una conexión espiritual, no religiosa, me mostró la fuerza de la Fe, la fortaleza de aquella energía que se respira cuando uno va al santuario de la Difunta y ve tantas expresiones de agradecimiento, la fortaleza de José dándole gracias por aquello que le había pedido, y la Difuntita le había concedido.

Cuando cruzamos el arco lo hicimos abrazados, juntos, unidos y hermanados por el camino, la gratitud, la emoción, la alegría! Y ahí, al poquito andar, ya nos sacamos las zapatillas, y nos regalamos riqísimos sanguchitos de pan casero… sabiendo, cada uno, que el regalo era más inmenso… sintiendo yo la emoción de haber sido, finalmente, una con el camino…

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